Cuando rondábamos los 12 ó 13 años, mi primo Robert, mi hermano Javi y yo pasamos unos inolvidables días de vacaciones en Palamós, en la Costa Brava. Entre otras proezas, perseguíamos todo bicho viviente que encontrábamos en las praderas cercanas al apartamento. Un día divisamos una Tórtola turca, Streptopelia decaocto, que volaba torpemente y se posaba a escasos metros de nosotros. Salí como un rayo tras ella y no tardé en capturarla con mi cazamariposas.
A principios de los 80 no había tórtolas turcas por aquí. Yo lo sabía. Y deduje que aquella debía de ser un ejemplar escapado de una jaula. Por eso no volaba bien, tal como le pasa a cualquier pájaro que lleve mucho tiempo en cautividad.
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