25/6/25

Se va un hombre bueno

Hace 45 años fue mi abuelo, el Yayo Ángel, quien falleció. Recuerdo vagamente que estábamos toda la familia en su casa consolando a mi abuela y en un momento dado, entre sollozos, ella exclamó: “¡Con lo bueno que era!”. Al oírla, mi hermano, que debía de tener 5 años, me miró con cara de circunstancias y me resopló: “Siempre dicen lo mismo”. Supongo que fue ese mismo día cuando decidí que yo jamás diría “lo mismo”. Y lo he cumplido hasta el día de hoy. Llegado el momento de decir unas palabras por el fallecimiento de mi padre, han sido más o menos éstas:


“Hace unos días escuché una de las meditaciones de Diez minutos con Jesús, que probablemente algunos ya conocéis. Destacaban el papel que tuvo la Virgen María durante la pasión, mientras Jesús era torturado y conducido al Calvario cargando con la cruz. Ella no pudo hacer nada, ni siquiera limpiarle las heridas ni los escupitajos. Sólo pudo estar ahí. Y lo de hoy es un acto profundamente cristiano, no se puede hacer nada salvo estar ahí. Las flores, los abrazos, unas palabras o un mensajito de whatsapp… todo suma y reconforta. Por eso pido a Dios que ni el más pequeño de estos detalles quede sin recompensa. Muchas gracias.”


No hablé de él ni dije lo bueno que era. Pero sí es verdad que durante sus últimos días hizo las paces con Dios, recibió los sacramentos y la indulgencia. La muerte de un ser querido nos interpela, nos mueve a replantearnos muchas cosas. Y creo que es un buen momento para retomar y mejorar nuestra relación con Dios. De hecho, si queréis aprovechar estos días para confesaros, con el código PEPE-MORCILLO tendréis un descuento en la penitencia.


Bromas a parte, todos recordaremos a mi padre como un hombre alegre y bromista, y acabaré diciendo “lo mismo”, faltando a mi compromiso de la infancia: que era un buen hombre, un buen padre y un buenísimo abuelo.


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