Hace años tuve mi primer contacto con una paloma mensajera. Llegó agotada a mi colegio y tras una noche de reposo y tranquilidad retomó su camino. Por eso este verano pensé que iba a ocurrir lo mismo cuando el 2 de julio llegó otra paloma mensajera al balcón de casa. A parte del precioso y bien cuidado plumaje, y el bultito de la base de pico en el que, según tengo entendido, reside su órgano de orientación, lo que nos llamó la atención enseguida fueron las anillas. Así que le dejamos comida para que repusiera fuerzas con la esperanza de que nos abandonara al día siguiente. Pero dos semanas después se había acomodado no sólo a nuestro balcón, sino a las ventanas y balcones de los vecinos también, dejando pruebas de su presencia en todas partes. Así que había que echarla. Por las anillas averiguamos que provenía de Holanda (NL, Netherlands) y que era específicamente una paloma de carreras (por la anilla negra). Me puse a buscar en internet hasta que di con una asociación de colombófilos holandesa. Intercambiamos unos mails y me dieron las señas del dueño: la dirección postal y un teléfono. Llamé y tuve que dejar un mensaje (en inglés), pues saltaba un contestador automático (en holandés). Y nada, nadie devolvía la llamada, ¿Sería por el idioma?. El caso es que la paloma seguía ahí, repartiendo caquitas entre el vecindario. Hasta en cuatro ocasiones intenté capturarla con una red, pero ni el susto la echaba. Finalmente se metió en la jaula del conejo (otro día os tendré que contar qué hace un conejo en mi balcón) y Mónica, con un hábil movimiento de escoba le tapó la salida.
- ¡Ya está! ¡Le damos unas vueltas en coche para que se maree y la soltamos lejos!
Está visto que nos mareamos más toda la familia que la paloma, pues volvió de nuevo a nuestro balcón. Y a la jaula del conejo, capturada de nuevo y regalada a un colombófilo local, a condición de que no volviera a soltarla. Qué aventura. En las fotos podéis ver de dónde vino y más abajo tenéis un vídeo-resumen de todo lo que os he contado.
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