Eso es lo que ocurrió hace un par de semanas en nuestra ya tradicional convivencia de profesores en el valle de Belabarce, Navarra. Miguel encontró las huellas de este aterrizaje en la nieve. Por el tamaño se podría adivinar que se trataba de una corneja, Corvus corone, que no calculó bien las distancias y se hundió en la nieve antes de poder cerrar las alas. Después, con más calma, salió paseando hacia la carretera.
A parte de las huellas hay muchos otros tipos de rastros identificables que pueden dejar las aves: excrementos y egagrópilas, restos de comida picotada de determinada manera, plumas perdidas o incluso huesos una vez ya muertas… Mi mujer, Mónica, que me conoce bien, me regaló esta guía sabiendo que la guardaría como un tesoro:
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